Levantarse con
mundos, que comer a ganas,
dar los
primeros pasos
desgarrando a
bocados girones de la aurora.
Salir a
recorrer la vida
y que se
convierta en una calle
de múltiples
sentidos.
Correr a
cincuenta metros del suelo
mientras los transeúntes
se vuelven locos al mirarte.
Dar pasos
agigantados
que avancen
tan despacio
como
caminitos de hormigas
que llegan
donde nadie los detiene.
Para almorzar
un trocito de tus labios
que gritan a
los cuatro vientos
que el
universo no es inabarcable.
Seguimos rompiendo
renglones
subidos al
perfil de varias notas,
saltamos por las copas de los árboles
para reírnos
del perfil de esos idiotas.
Para comer un
poquito de ironía
sobre esos
que tanto creen que viven,
pero viven
atrapados,
en espejos que reflejan demagogia.
Seguimos con
un café
que despierta
las ganas de rozar la utopía,
del todo
enajenados,
improvisamos antídotos
de media tarde.
Nos
merendamos noticias inmundas
que nos
llenan los ojos de sangre.
Sangre de la
mujer maltratada,
del
trabajador al que le cayó la puerta encima,
del refugiado
apaleado,
del que no cruzo
el estrecho.
La rabia nos
inunda,
contra sus
nubes negras
que ocultan al
escondite del sol,
navegamos
armados de satélites.
La rabia nos
inunda,
nos volvemos riada
que arrasa sus calles,
arrastra sus
coches blindados.
La rabia nos
inunda,
nos volvemos trinchera
blindada
de verdades, de ideas, de piedra.
La rabia nos
inunda,
nos volvemos adoquín,
que cae sobre
sus cabezas ahuecadas por la altura.
Acabamos
acariciando la aurora
devolviendo sus reglas,
tras comernos la noche
transformados
en luna.
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